¿Sade y el Derecho?

21.10.2016 21:48

¿SADE Y EL DERECHO?

Teodocio Chácara

 

 

 

 

De Sade se cuenta que: “Su primera detención ocurrió por entregarse a actos sacrílegos con una prostituta. La llevó a una habitación y la obligó a realizar ciertos actos como los que se leen en sus obras (pisar un crucifijo, maldecir, fornicar poniendo una hostia consagrada en la entrada de la ch., etc.)”

 

            La relación derecho sexualidad, o mejor, la experiencia derecho sexualidad la observaremos a través de un personaje que tuvo líos con estos dos conceptos que en él se presentaron contrapuestos en el mayor grado de evidencia, históricamente hablando. Su deseo sexual no compatibilizaba con el Derecho a tener sexo, a la sexualidad y esto le provocó -en toda su vida- bruscos choques con la realidad social y jurídica.

 

            La naturaleza sexual, abierta, descarada de este individuo desmentía constantemente las pretensiones de la moral(como virtud) de congelar las expresiones vitales, sexuales del hombre a través de la censura. Sade mostraba a cada instante, con cada acto sexual, que la libertad es la mayor expresión perseguida por el hombre, pero que si se restringía en el sexo, esa libertad era falsa, pura ilusión, pura hipocresía, desperdigada por unos hombres que se contradecían cínica y morbosamente. Para Sade -a diferencia del resto del mundo- negar la naturaleza sexual en el hombre era morboso, enfermizo, y era la moralidad y el Derecho los encargados de negar esta libertad sexual, a través de un discurso de dominación y restricción justificado por la legalidad, moral y las buenas costumbres, apoyadas en el “bien común”.

 

            La escritura de este hijo de las prácticas y libertades sexuales escarban por lo general en la médula interior de los ánimos sociales. Bajo sus letras el hombre -como hombre instinto- es desenmascarado y arrojado a su libertad. Sólo que el hombre una vez desnudo tiende a avergonzarse de su desnudes y busca manto en las hipócrita moral, hecho que por supuesto es simplemente el resultado de una muy bien planeada estrategia a nivel del subconsciente de la cristiandad y de las élites de poder para preservar mediante la censura y la autocensura su poder. Para Sade el Derecho habíale afirmado la negación de los instintos naturales del hombre, instintos a los que él no estaba dispuesto a abandonar. Sade, concebido como una rareza, tenía los ojos azules y el pelo rubio. Hijo de un libertino, que usaba del sexo con mujeres y jóvenes que se prostituían por las calles de París, pero a la vez ingenioso y culto, puesto que se dedicaba también a la literatura.

 

            Sobrino de un “Cura libertino prototipo del religioso de vida alegre que por la mañana se entretenía rezando a Dios, por la tarde leyendo a Horacio y por la noche fornicando a una prostituta.”

 

            Sade tenía, como ven, un buen prontuario familiar.

 

            La ruptura con el Derecho en Sade se personificaba en los jueces, que la mas de las veces se convertían en sus verdugos hipócritas y cínicos. Hablando de ellos decía que son “una especie de bestia de la que se ha hablado a menudo, pero sin conocerla a fondo; rigorista por profesión, meticuloso, crédulo, testarudo, vano, cobarde, charlatán y estúpido por carácter, estirado en sus ademanes como un ganso, pronunciando las erres como un polichinela; enjuto, largo, flaco y hediondo como cadáver, por lo general.”

 

            Pensaba que ningún juez tenía la capacidad moral para juzgarlo, “Si me remonto a la época de mis desgracias, de vez en cuando me parece oír a estas siete u ocho pelucas empolvadas de blanco, con quienes estoy en deuda, uno volviendo de acostarse con una joven honesta a la que deshonró, otro de hacerlo con la mujer de su amigo, éste escapándose totalmente avergonzado de un callejón, pues le perjudicaría mucho que alguien descubriese lo que acaba de hacer”.

 

            Para terminar trascribiremos el testimonio de Armando de Rochefort sobre Sade en sus últimos días: A mi izquierda se sentó un anciano de cabeza baja y mirada de fuego, la cabellera blanca que le coronaba prestaba a su rostro un aire venerable que imponía respeto. Me habló varias veces con una elocuencia tan calurosa y una inteligencia tan variada que me inspiró mucha simpatía. Cuando nos levantamos de la mesa, pregunté a mi vecino de la derecha el nombre de este cordial caballero y me respondió que era el marqués de S***. Al oírlo me alejé de él con tanto terror como si me hubiera mordido la serpiente más venenosa. Sabía que este detestable anciano era el autor de una novela monstruosa en que estaban publicados todos los delirios del crimen en nombre del amor. Había leído este libro infame, que me había dejado la misma impresión de repugnancia producida por una ejecución en la place de Bréve, pero ignoraba que un día vería a su creador admitido a la mesa del director de una institución pública.

 

            Una de sus afirmaciones que más nos explican la naturaleza de Sade descrita por el mismo es esta: “Soy un libertino, pero no soy un criminal ni un asesino”.