Nietzsche: el Derecho como Poder

27.10.2016 03:50

NIETZSCHE: EL DERECHO COMO PODER

Ricardo Upanishap

 

[ADVERTENCIA: Los textos expuestos son una alucinación de quien escribe. No intentan reflejar el verdadero ser del filósofo descrito, sino utilizar su figura para crear las propias. No es la verdad lo que está aquí, sino su interpretación, desde el enfoque del Derecho.]

 

Nietzsche, el filósofo póstumo

 

Solitario, incomprendido, confuso, genial, destructivo, resentido, ¿consentido?, iconoclasta, nihilista, arisco, sin manada, rechazado, subestimado, glorificado. Nietzsche se ha convertido en el más grande filósofo póstumo de estos tiempos, tanto que sus frases resuenan incluso en series de televisión (primigenio libro virtual anterior al internet), donde enarbolan sus frases como «lo que no me mata me hace más fuerte». ¿Lunático?, con sífilis (dicen a cuento de chisme que lo contrajo en su primera visita a un burdel, y que fue precisamente por esto que se convirtió en un genio), enamorado de una cascivana discreta, cazadora de genios, Lou Salomé, que lo rechazó y que es conocida principalmente por esa inconclusa relación amorosa unidimensional del filósofo humano demasiado humano. Dicen que amaba la música de Wagner, a quien luego también repudió;  y que ha tenido, póstumamente, seguidores extremadamente antagónicos, como un Hitler que empuñaba como arma de guerra la idea del superhombre (Nietzsche pensaba que el hombre era un puente entre el mono y el superhombre, que había que superar), o aquellos discípulos o filósofos de la libertad, más sólidos y confiables con su obra, como Michel Foucault (extraordinario filósofo francés homosexual que murió de sida). Su obra más poética fue “Así habló Zarathustra”, en el cual lleva sus cenizas a la montaña y luego de diez años baja al llano a difundir su verdad: “que el hombre debe ser superado, que no quiere cargar cadáveres sino tener compañeros en su andar, que es difícil romper con el matrimonio pero preferible cuando éste –el matrimonio- nos ha quebrado previamente, etc....”. Sus otros libros son construcciones de sentencias encíclicas, aforismos (ligeramente parecidas a las escritas por el filósofo emperador Marco Aurelio), diatribas, contra la modernidad, la contranaturaleza, el platonismo, las ideas cristianas (escribió un potente, pagano y ¿blasfemo? libro: “El Anticristo”, que postulaba la idea de “la muerte de Dios”,  espléndidamente explicada por Fernando de Trazegnies en uno de sus textos, ¿acaso en su libro “Pensando Insolentemente”, o en el discurso de agradecimiento por haber obtenido el premio a la innovación?).

 

Las pioneras luces que tuve sobre Nietzsche fueron gracias a un personaje ideológicamente concentrado en él, docente de una universidad sureña, filósofo del Derecho, con fama de asiduo fumador de marihuana sólo para potenciar su pensamiento, escritura y discurso (dicen que fumaba antes de dar clases, escribir o dar una charla o conferencia). Todos sabían que fumaba, pero todos sabían también que no era comercializador de dicha droga, pues no sólo nunca tuvo talante para ser comerciante, sino que siempre tuvo un espíritu noble, libertario, y jamás destructivo o delictivo; sin embargo, cuando se trasladó al ¿país? cultivador del enigmático Misti, fue apresado y encarcelado por comercializador de droga (marihuana), cuando todos sabían que aquel filósofo, que incluso se perdía al caminar, y andaba como distraído del mundo, jamás hubiera (–aunque quisiera-, por su desorden, sus ideas libertarias,  y su ineptitud comercial) podido ser un comerciante de drogas. Más tarde lo liberaron justamente a nuestro parecer es un personaje que quedará en la historia de la Filosofía del Derecho de nuestro país.

 

A dicho personaje en la anterior universidad sureña le intuían un extranjero, por ser diferente, por envidia e incomprensión. En clases de Introducción al Derecho nos hacía leer textos sobre Derecho, Filosofía, Política, etc., usando siempre a autores como Nietzsche, Foucault, Isahiam Berlin, Fernando de Trazegnies, Marcial Rubio, y otros afines. Los alumnos pensábamos que aquello era una especie de estafa, porque parecía improvisar nuestra educación, que se reducía a lectura de libros, en forma incongruente, pero no inconsistente; sin embargo siempre decía cosas interesantes, y al menos nos hacía pensar y no sólo copiar o memorizar autores, libros, procedimientos. Aquel docente tenía a Friedrich Nietzsche de cabecera, y se impregnó tanto en su ser que incluso –muy provincianamente- le puso de nombre a su primera hija el título de un libro de Nietzsche. Al rededor de dicho profesor se arremolinaban alumnos discípulos que profesaban o gustaban –correcta o equívocamente- de la filosofía, la literatura y todas las artes. Paradójicamente algunos de aquellos niños, adolescentes, jóvenes estudiantes de derecho, usaban a Nietzsche, y cuanto autor pudieran, para vencer sus complejos y trasladarlos a los demás, esgrimiendo bárbaramente que los demás eran inferiores por no leer libros –cincuenta libros por lo menos-. Aquellos ilusos usaban los libros para llenar su espaciosa vanidad. Y es que en esos casos la lectura de libros parecía que los estaban convirtiendo en unos snob. En ese medio Nietzsche se convirtió en una especie de autor de culto, en el nuevo dios (curioso que proclamador de la muerte de Dios, se había erigido en un nuevo dios, incluso a su pesar y póstumamente). Nietzsche era el filósofo al que no se podía rebatir, y con el que, usando sus frases, se podía hacer alarde de “inteligente”. Y fue allí que conocí a Nietzsche, como un autor de culto, al que no entendía, y al que leía por la  novedad de saberlo filósofo.

 

En ese tiempo leí muchos de sus libros, y hasta su obra, “El Anticristo”, con la consciencia paranoica de creerme autor de pecado capital. Fue en esos espacios temporales en el que pude conocer la mediocridad que puede generarse a partir de una malformada idea de cultura y de culto, puesto que conocí a alumnos de derecho, profesores de literatura, gente cultivada, etc., que tenían la gracia de presagiarse cultos, inteligentes, leídos, vanguardistas, diferentes, que soslayaban la noticia que tenían libros suculentos, imperdibles, indispensables para todo amante de la cultura (como aquellos de Nietzsche, Foucault, Guilles Deleuze, Shopenhauer, etc., que eran difíciles de conseguir o eran muy caros para adquirirse por unos pobres estudiantes de derecho –y es que no había todavía internet-) y que luego nunca prestaban, escondiéndolos, haciéndose los difíciles e interesantes y jugando a hacernos saborear el deseo de lo imposible, leer un libro de aquellos. De ese tiempo y hechos me quedó grabado la insanía que era vivir rodeado de gente snob, estúpida, superficial, apetecida groseramente por la posesión de libros, y no por la vida misma, desesperados por tener la “propiedad” de un objeto –con muchos pensamientos, pero al cabo objeto- antes que la propiedad –inajenable- de la amistad, de las relaciones humanas; gente alucinada por ser diferente, de comprar y atesorar libros para diferenciarse, para ser mejor, y convertirse exactamente en unos patanes del saber. Gente aquella que nunca o casi nunca prestaba libros. Creo que los libros prestados se deben devolver, pero no creo que un libro sea más importante que una persona, un amigo, un colega. Pero esa era una historia de pobres, pues estoy seguro que si hubiéramos sido niños ricos jamás nos habrían interesado la filosofía, el derecho, u otras disciplinas para pobres, porque quienes íbamos a la universidad, en aquella parte del sur, intentábamos comprar nuestro peaje para dejar de ser lo que éramos, de clase media para abajo. Sin embargo, una persona inteligente sabe que no se necesita de la universidad para lograr el éxito en la vida, y ni siquiera la vanidad de saberse profesional es suficiente recompensa por escuchar un grupo de genios que te enseñan que la vida se ha hecho de reglas que tenemos indefectiblemente que cumplir o aprender a romper sin ser descubierto por ello. La universidad a veces –creo- es un lugar para mediocres, o te deja en la mediocridad si es que no logras entender que todo el sistema está estructurado para hacerte perder el tiempo y para concebirte como un producto de comercio, una mercancía, con la que agenciarse de dinero, mientras millones de datos se suministran justificados en la absoluta necesidad del saber. Si bien la universidad es un lugar muy interesante, creo que su constitución, al menos en nuestro medio, responde a un programa de subvención y de lucro, que oculta una cosa importante: el desperdicio del tiempo en muchas cosas que no necesitamos o que podemos aprender por nuestra propia cuenta. La universidad nos inmiscuye en la paradoja de pagar para que nos hagan perder el tiempo, y el convencimiento que estamos en lo correcto, que ir contra lo contrario es ser estúpido, inculto o ignorante. Y mientras uno se prepara para la vida profesional, se van cinco, seis, diez años universitarios, intentado llegar recién a la puerta de salida, o de inicio de nuestra vida profesional y laboral, mientras que otros once años han sido ya malgastados en la primaria y secundaria, absurdamente, y del que nos es casi imposible actualmente salir. Pero este –el de la universidad- es un asunto que trataré en otro texto, que llamaré talvez, “La importancia de no ir a la universidad”.

 

Muchas horas leyendo a Nietzsche pasé, y no aprendí nada, sino sólo a admirar el sonido de las frases al leerlas en voz alta, o a ironizar sobre el sentido vigente de la vida, o a mentalizar que todo estaba errado en la sociedad. Mucho no hizo Nietzsche por mi. No me volvió un superhombre, ni me hizo más inteligente, ni más sabio, y menos me hizo millonario. Pero Nietzsche parece si haberle servido a muchos otros, los que han transformado el mundo, y lo han ido reconduciendo por el nuevo saber, dejando o fundamentando en sus hipótesis el olvido de conductas, instituciones primitivas, triviales, contranaturales, y formando la nueva modernidad de nuestra sociedad, rebatiendo los errores de la propia constitución social, cristiana, política, creando nuevos estilos y modelos de vida política, económica, jurídica.

 

Recuerdo a un docente de otra universidad nacional sureña, un intelectual leído, patán, acomplejado y snob, que decía, como si fuera la más grande de las cosas descubierta, que no había encontrado en Nietzsche ni una pizca de economía. ¡Imbécil!, pensaba yo, y ¿qué eran sus sentencias, aforismos, todo su discurso? Una especie de economía, síntesis, elección y selección de los recursos escasos para vivir. Todo en Nietzsche es economía, economiza palabras, economiza tiempo, economiza estructura, porque su libro es la selección y administración de los recursos escasos, de aquello que no se ve. Nietzsche hacía economía de las cosas absurdas de la vida, y las deshacía, etc.

 

Puedo, no obstante, confesar que la influencia de Nietzsche en mí sólo fue visual, ligera, superficial, mediocre, lineal; así, hubo un tiempo en el que sólo dibujaba su rostro de perfil, que era tomado de la portada de alguno de sus libros. Ensayaba trazos con lapicero para no tener la opción de borrar lo dibujado, para evitar el error, para enfrentarme con el lienzo en el primer, segundo y último trazo, para aprender a no equivocarme. Fueron tantas veces que lo dibujé que su rostro de perfil se quedó en mi memoria –que es altamente volátil- y podía dibujarlo ya sin ver la foto de su retrato. Sin embargo, nunca me gustaron sus esponjosos bigotes, ni su mirada filosófica, ni la postura de su mano como apoyo de su mentón, su cabello tirado hacia atrás; nunca me gustó que hubiera aceptado el rechazo de una Lou Salomé, como quien sufre una derrota y no una victoria –como el siempre parecía presagiar con la historia de lucha contra su enfermedad-; nunca me gustó que adoraran a Nietzsche como quien adora a un dios. Sólo una cosa agradó a mis caprichosos sentidos, que se le considerara un filósofo póstumo; y es que la palabra póstumo tiene algo de delirio, algo de dialéctico, contradictoria con la muerte, algo de encanto y glorificante, algo de lírico y no trágico ni mediocre; la palabra póstumo lo hacía un vencedor. También me gustaron los títulos de sus libros: “El ocaso de los ídolos”, “El Anticristo”, “Humano demasiado Humano”, “Más allá del bien y del mal”, “Aurora”, “Gaya Ciencia”, etc. Para mí bastaban esos títulos para concebir el resto del libro.

 

Nietzsche o “El Derecho como voluntad de poder”.

 

Sigmund Freud pensaba que todo el movimiento humano tenía su centro en el sexo. El sexo tiene una variante, el acto reproductivo, que es la primigenia ruta hacia la inmortalidad, además de un placer. Pero el sexo si bien explica el porqué del movimiento o la conducta humana, no es exclusiva o única, no explica todas las conductas; pues el ser humano se mueve por otras cosas o motivos, por necesidad de vida (alimentos, vestido, sexo, pensamiento, etc.), o la necesidad de poder, la voluntad de poder. Esta parecería ser la proposición nietzscheana. Todo se mueve por la voluntad de poder, expone como proposición filosófica fundamental[1]: y propone repensar lo pensado, volver a pensar lo que ya se pensó, porque –para su genial intuición- “todo está de cabeza”, y hasta la idea de un Dios  y un paraíso más allá de la tierra –vendida por el cristianismo a costa de la salvación eterna- habría desterrado al ser humano al postmortem, a la vida después de muerto, y no al ahora de nuestra vida, y por lo cual el ser humano vivía siempre atormentado por el más allá y olvidaba disfrutar y confrontar su vida terrenal. Frente a dichas nociones Nietzsche advierte que debe abandonarse la idea del más allá y centrarnos más en el mundo actual, en el mundo terrenal. Nietzsche no parece creer en la verdad divina, pues a la concepción de que “la verdad radica en dios”, responde que ya no importa Dios, que éste ha muerto, que la verdad divina no es cierta y por lo tal no importa, puesto que “no vivimos por y para la verdad. La verdad es la ilusión que creamos para sustentar el deseo, la pasión y la voluntad de poder”[2]. Así, el más grande valor no sería ya Dios, sino el hombre, el ser humano, y, pregona con esta hipótesis, empezar a trabajar entonces en el hombre para llegar al superhombre, porque “el hombre es sólo un puente entre el animal y el superhombre”. Así, Nietzsche proclama la independencia, la libertad del hombre de todas las cosas, instituciones, ideas, sentimientos a los que se halla atado, para construirse su propio mundo a partir de su voluntad de poder.

 

Para Foucault, Nietzsche hace una análisis de la doble ruptura del poder divino con el poder humano, es esta tradición occidental, donde el poder emanaba de la divinidad. Nietzsche habla de la muerte de Dios como el fundamento de conocimiento. Antes, en época del reinado de Dios como origen de toda verdad, “Dios era el sentido del mundo, el garante de las instituciones políticas, el respaldo de la autoridad, el insobornable sancionador -premio y castigo- de la moral, creador, mantenedor, rescatador de la dignidad del hombre, que sin embargo frente a Él no era nada.”[3]

 

El concepto del mundo y de sus relaciones social-jurídicas va a ser trastocado, sufre un efecto de choque, aunque el vacío que deja la muerte de Dios sigue con sólidas instituciones de orden y providencia, “Murió Dios, pero su hueco quedó repleto de sólidas instituciones que seguían dispensando Orden y providencia,...”[4]. No obstante esto, las cosas ya no tendrían el mismo sentido, había nacido una nueva forma de asumir el mundo. El hombre tendría que encontrar su verdad, y la independencia de la religión era prominente. Las cosas seguirían marchando del modo en que venían sucediendo, pero desde otro enfoque, como camufladas, ocultas, “el Poder, la Gramática, la Lógica, la Física, la Moral, el Derecho, las Cosas, las Personas, todo continúo marchando tras la desaparición de Aquel en cuyo Nombre todo había sido fundado, pero con cierto azoro indefinible, como con cierta vergüenza y perplejidad por haberle sobrevivido”[5]. Pero era necesario tener otro foco, que se reconociese como fundamento de la verdad, como instrumento para el conocimiento certero, y fue la razón a quién se le atribuyó este papel, “El nuevo foco Dispensador de Sentido, la nueva potencia significativa cuyo respaldo garantiza de entonces acá la organización de lo real es la Razón...”[6]

 

La muerte de Dios, queda reducida a la destrucción de ciertos privilegios de la Iglesia revelada.

 

La idea de la verdad es puesta en tela de juicio como generalidad. Si la verdad no es general y es subjetiva, entonces esta verdad es sólo mía y no sirve a nadie más, entonces ¿para qué intentar imponerla a los demás? No tiene sentido.

 

Respecto de la moral, pensaba que pertenece a las masas, y es que la moral es generalizante, englobadora, afecta a todo lo que concierne a la sociedad. A lo que concluye que lo mejor es ser individual, hacer lo que está bien para nosotros, formarnos como individuos, no hacer lo que está bien para los demás, sino lo que nos hace bien a nosotros. Así plantea un nuevo concepto de lo bueno y malo: ¿Qué es lo bueno? Lo que te da poder, aumenta poder. Qué es lo malo? Lo que te resta poder.

 

Nietzsche no cree en el bien común, lo que es bueno para ti no es bueno para mí, un bien no puede ser común.

 

Este pensador critica la tradición socrática-platónica, es decir a toda la tradición occidental. Considera que el hombre ha adquirido un planteamiento antinatural y negador de los instintos vitales y que ha errado su concepto de vida. Para él Sócrates y Platón son los que tienen la culpa del origen de la civilización y filosofía cristiana.

 

La crítica que hace a la tradición socrática-platónica la hace desde tres perspectivas: el ámbito moral, el metafísico u ontológico, y el científico.

 

El ámbito moral: La concepción de que el orden moral es impuesto por un ente superior, por un ente exterior y extraño, revelación divina, etc., ha alejado a los hombres de la realidad, los ha expropiado de su condición vital de individuos independientes, y los ha sumido en la oscuridad de la espera del orden divino. Los movimientos y conductas del hombre, según la concepción platónica cristiana tienden a esperar el orden divino, la expresión exterior, no está en ellos sino en el más allá, “Nietzsche se centra sobre todo en las valoraciones que se hacen acerca de la realidad. Para éste, la filosofía platónica contiene una valoración antivital, puesto que los valores platónicos y cristianos se fundamentan en otro mundo, imponiendo un orden moral exterior y expropiando al hombre el derecho que tiene por naturaleza a generar y crear sus propios valores”.

 

En el ámbito metafísico u ontológico: que explica el peligro existente entre lenguaje y conceptos, puesto que “la íntima unión entre los conceptos y el lenguaje se convierte en una arma engañosa del pensamiento”. 

 

En el ámbito científico: Nietzsche creyente de la naturaleza vital del hombre, realiza una crítica a las ciencias positivas y a la matematización de la realidad, porque cree que a través de la medición y cuantificación de la realidad no conocemos la verdad de las cosas, puesto que la verdad no es cantidad sino cualidad. Esto indica que el conocimiento científico no puede expresar absolutamente la realidad, el conocimiento científico no nos permite captar cualitativamente lo real. Por otro lado, cuando cuantificamos sólo descubrimos lo que nosotros hemos considerado, cantidades y números. Por lo tanto, las ciencias positivas no sirven para obtener la verdad. La ciencia se habría convertido en la sustituta de la religión, en la época moderna, y es un arma para someter al individuo.

 

¿Los amores de Nietzsche?

 

Amar es una cosa complicada. Saber lo que una mujer quiere es cosa imposible. Los dichos malévolos sobre la mujer: “Si no jode no es una mujer”. Vi a mujeres volverse juezas sólo por ser amantes de otros jueces, no por capacidad sino por haber usado su intimidad; vi y supe tantas historias de amores y desamores, que ya jamás me atrevería a juzgar a mujer alguna, sino sólo a agradecerles su existencia. Una de esas historias de amor imposible, de desamor, de soledad, la vivió Friedrich Nietzsche. El filósofo póstumo, de trágica contextura física, aventurero por necesidad pues para evitar el frío o la mala temperatura del medio ambiente tenía que trasladarse de ciudad en ciudad. No podía mantenerse tranquilo porque sufría dolores constantes. Talvez esa era la causa por la que no podía escribir libros con estructura, sino aforismos, tipo Marco Aurelio, el filósofo rey. Nietzsche se enamoró de Lou Salomé, que a su vez era una especie de intelectual. Rusa. Nietzsche le propuso matrimonio a Lou Salomé y ella lo rechazó. Pero Lou no fue el único amor del filósofo de “lo que no me mata me hace más fuerte”. Según J.C. Ruiz Franco, los amores de Friedrich Nietzsche fueron: Anna Redtel fue la primera relación de Nietzsche, luego Natalie Herzen, Mathilde Meier, Fräulein Köckert, Sophie Ritschl, esposa de su profesor Friedrich Ritschl, de 24 años mayor que Nietzsche. Rosalie Nielsen, Emma Guerrieri, Berta Rohr, Ida Overbeck, Cósima Wagner (amante de Wagner y 24 años menor que el músico), Marie Baumgartner, Mathilde Trampedch, Louiaw Ott, Malwida von Meysenbug, Resa von Schimhofer, Meta von Salis.


     [1] Nietzsche fue un filósofo alemán, y su filosofía es la formulación completa del irracionalismo moderno. Su teoría se halla bajo el influjo del innatismo y la crítica de Schopenhauer al racionalismo hegeliano. Considera el predominio de los instintos vitales sobre la razón. Escribe entre sus obras más importantes: La genealogía de la moral, Más allá del bien y del mal, El nacimiento de la tragedia, El ocaso de los ídolos, Ecce Hommo, El anticristo, La gaya ciencia, Humano, demasiado humano, Así habló Zarathustra.

     [2] Barylko, Jaime. La Filosofía, Una invitación a pensar. Argentina. Planeta. 4ta. Edición, 1997.  p. 221.

     [3] Savater, Fernando. Nietzsche, España, Barcanova,1982. p. 47.

     [4] Ibid. p. 47.

     [5] Ibid. p. 48.

     [6] Ibid. p. 48.