La telaraña de Cortázar

21.10.2016 21:10

LA TELARAÑA DE CORTAZAR

 

 

Mario Carazas C.

 

En contra de lo que haría un consecuente discípulo de Cortázar, yo empezaré desde el comienzo. Mi admiración al ‘enormísimo cronopio’ nació desde el primer contacto que tuve con su obra, en esos libros escolares de lectura, con un relato titulado «Instrucciones para subir una escalera» la historia de un tipo que se hace un mundo para subir una serie de gradas. Pero a esa incierta edad, uno es ingrato con los autores y los suele olvidar. Así que pasaron varios años cuando volví a leer algo más de este escritor. Primero sus cuentos, luego sus novelas, y zas!, de pronto uno se encontraba envuelto en el mundo cortazariano, admirándolo en medio de esa telaraña preciosa que se llama literatura que fue tan bien tejida por el argentino escritor de nombre Julio Cortázar. Nacido en Bruselas, Bélgica, de padres argentinos un 26 de agosto de 1914. Para el año 1919 su familia volvería a Buenos Aires. Con todo el pudor y severidad que su disciplina le exigía, en 1938 publicaría su  primer libro «Presencia», pero eso sí con el seudónimo de : Julio Denis. Recién a los 35 años  en 1949, publicaría «Los reyes» esta vez con su nombre, ya más dispuesto a asumir las responsabilidades del caso. Luego vendrían obras emblemáticas como sus libros de cuentos: Bestiario, Las armas secretas, Historias de cronopios y de famas. Hasta que en 1963 daría a luz su novela o antinovela «Rayuela», su obra más querida por él mismo. Luego publicaría: Ultimo Round, Libro de Manuel y tantos otros.   Finalmente muere como Vallejo en París, un primero de febrero de 1984.

 

Es justo decir que Cortázar monopolizó buena parte de mis primeros años universitarios, permaneciendo imperturbable en la cúspide de mi gusto literario. Pero pasó el tiempo y él fue desplazado por otros autores de mis insignificantes y poco responsables gustos, pero ahí descansa como un viejo espíritu  bien puesto en un sofá sin ser molestado, libre de las invocaciones altisonantes de un barrista fanático, como las que sí me originan mis actuales y urgentes «ídolos» o mejor aún «mentores espirituales».

 

No es difícil imaginar a Cortázar en sus cosas, su fascinación por el jazz, por su gato «Adorno», por Satchmo o Charly Parker, sus erres arrastradas de franchute, su metro noventaitantos, su cara de para-siempre niño y esa sinverguenzura que tanto le gustaba a Bryce, de escribir sin miedo, ni temores, escribiendo con un relajo y una soltura que nuestro peruano escritor, cuando era joven envidiaba. Incluso el autor de «Un mundo para Julius» relata que alguna vez, a modo de espía, persiguió varias cuadras parisinas a Cortázar, sin atreverse a abordarlo. Parecida situación la de Gabriel García Márquez, cuando luego de enterarse que Julio era asiduo del café Old Navy (París otra vez), lo esperó por varias semanas, hasta que por fin apareció. Pero por alguna extraña razón, de respeto, o una cierta cortedad ante el ídolo por primera vez visto en vivo y en directo, tampoco se le acercó.

 

Muchos decían que escribía mal y a veces era inintelegible, y es que Julio Cortázar, travieso como un infante, gustaba de explorar el lenguaje y las palabras como un Picasso escrudiñaba con los colores y los matices. En sus obras es complicado a veces ((Por qué no es tan simple!), en cambio los niños son tan directos, pero también juegan y sus juegos, muchos de ellos los inventan o lo reinventan, usando en gran parte códigos poco comprensibles para los adultos, así era Cortázar.

 

El lo entendía así, la alquimia de la palabra, esa búsqueda lúdica de posibilidades que puede tener nuestro lenguaje. Rayuela, la obra más querida de Julio ofrecía al lector algo innovador para nuestra literatura hispana, ya no la novela que empieza en la pág. 1 y termina con la palabra FIN sino la posibilidad de ser leída de una y otra forma u orden.

 

Yo no sé si Argentina tuvo santos y sí los hay provecho, porque acá no nos  enteramos de alguno, pero ahora que está tan de moda decir que «todos los poetas son santos» podemos decir que Julio fue un poeta de la novela, un maestro en el cuento (también escribió poemas con dudosos resultados) y era un santo de casi dos metros.

 

De que otra forma podríamos recordar al noble bípedo implume que era. Incluso en aquella polémica que tuvo contra José María Arguedas, quien manifestó en claras alusiones al argentino Cortázar radicado en Francia y a otros más, que: « es una pena que los latinoamericanos se vayan a París para escribir». Y Julio le contestó: « que el escritor escribía donde podía» así de simple. Dicen que esa respuesta publicada en diferentes medios, sumada a la legendaria inseguridad de no sentirse un escritor le afectó mucho a Arguedas, que cayó en un agudo y último estado de depresión para luego suicidarse. Cortázar luego diría « No le hubiera contestado si hubiese sabido que era tan frágil»

 

Con su infalible dosis de sensibilidad la pluma de Cortázar lograba inolvidables y entrañables fragmentos, cargados de emotividad y buena literatura: como la carta a Rocamadour, o muchos de los finales de sus cuentos, o cualquiera de sus historias de cronopios. Si bien sus personajes muchos de ellos podrían ser tildados de individualistas exasperantes, en ellos habitaba la iconoclastia, el inconformismo y un denodado placer por destruir al ‘hombre corriente’, como alguna vez lo describió  tan claramente Bukowski (Cuidado con aquellos que buscan constantes multitudes /no son nada, solos/ Cuidado con el hombre corriente/su amor es corriente /busca lo corriente/ pero es un genio al odiar)

 

Pero a estos personajes, el cruel de Cortázar los enfrenta a sus propias susceptibilidades, de pronto su intelectualismo se ve desarmado, desprotegido ante la pérdida o alejamiento de un ser corriente, tan imperfecto pero tan querido, que les demuestra que lo importante es dar vitalidad a las pequeñas cosas y actos de la vida antes que intelectualizarlas o domesticarlas en conceptos, en palabras que no alcanzan a las sensaciones.

 

La gran lección de Cortázar es que demuestra la  capacidad que tiene la literatura y el creador para conmover al lector. Ya sea desde una determinada escena ya de por sí «trágica» hasta el más superfluo acto de mirar una carretera, que en los ojos de Julio, la carretera parece transformarse en algo más que un amasijo de piedras y brea.  Una lectura nerviosa, de frases entrecortadas y de balbuceos que logra inmiscuir al lector en la trama del cuento o relato. Por eso dos grandes escritores, del signo piscis, como Gabo García Márquez y Bryce confesaban cada uno  a su modo, su admiración y la poderosa razón de que si querían parecerse a algún escritor, ése sería  Cortázar .  Y ambos en diferentes entrevistas, solían decir que escribían para ser más queridos por sus amigos. Y Julio Cortázar se hacía querer, aún en aquellos personajes diametralmente opuestos al lector. A ellos con precisión cirujana los sabía desnudar en sus complejidades internas haciéndolos vulnerables. Todo en un afán de humanizar al personaje pero sobre todo al lector. Tarea de cronopios sin duda.