La Arquitectura: Shopenhauer

21.10.2016 21:16

LA ARQUITECTURA

Arturo Schopenhauer

 

[La Arquitectura es una disciplina que integra la Ciencia, el Derecho y la Estética. Todos son reglas de construcción, visualización, pero también, y principalmente, “relación del edificio con el ser humano”, relación jurídica. Cierto que no puede haber una relación de nivel equivalente entre un objeto y un ser humano, pero en este caso, existe aquella relación, porque el objeto produce un efecto en la persona, porque su disposición, color, textura, etc., afecta directamente al ser humano y es por esto que se convierte aquel fenómeno en una “relación”, una afectación. En el pasado uno de los más grandes constructores del que tuve conocimiento fue Donald Trump, a quien admiraba por su capacidad de «construir instancias para la vida», edificios multimillonarios, por ser exitoso y multimillonario. Mi decepción llegó con su carrera política y las innumerables formas cómo sacó a la luz el sentimiento de una multitud de personas naturalmente idénticas a si mismas: su «discriminación» natural o antinatural con los demás. Antes conocí de la arquitectura postmoderna, y entre uno y otro conocimiento, conocí también de aquel lenguaje: «el Gran Arquitecto del Universo». Mucho después encontré programas informáticos para hacer edificios, como Sketchup, con el cual diseñé edificios diversos, como una propuesta de tesis de maestría del «Ministerio de la Empresa», edificios ecológicos, satelitales, etc., y luego encontré el Autocad 3d, para especificar medidas, estructuras, dimensiones, etc. Aún a pesar de esta breve reseña, no sé a ciencia cierta porqué me fascina la arquitectura, y cómo puedo ver en ella más que edificios, cosas que producen no sólo seguridad, calor, protección contra el medio ambiente, o contra las personas (derecho), además «felicidad».  Fue por todas aquellas ideas que me compré una impresora 3d, para imprimir modelos 3d, edificios, objetos, y hasta seres humanos; para hacer pequeños objetos que representen al mundo exterior. De allí se me ocurrió hacer un pequeño «Museo de las penas o sanciones», unos edificios ergonómicos, unos modelos de juzgados con los espacios y muebles necesarios adecuados para mejorar la productividad y a la vez otorguen felicidad, a través de la salud (por ejemplo, construir sillas que pudieran servir para hacer ejercicios a la vez, o que permitan que el sedentarismo no se convierta en un deterioro de la salud, construir edificios con salud, etc. La Arquitectura es, pues, un arte estético que contiene muchos factores, entre ellos, reglas jurídicas que la permiten.

 

Es por todo ello que ponemos un artículo del filósofo de la voluntad, Arthur Shopenhauer, autor que siguió Friedrich Nietzsche, y del que presumiblemente habría evolucionado de éste último su teoría del poder. Shopenhauer, el filósofo alemán que escribió su trágico libro: «El mundo como voluntad y representación», que ensayó también textos sobre la Arquitectura que aquí presentamos.]

 

 

 

Si consideramos la arquitectura como arte bello, abstracción hecha de sus fines utilitarios, por los cuales sirve a la voluntad y no al conocimiento puro, y, por lo tanto, no es arte en el sentido propio de la palabra, no podremos ver en ella otro fin que el de hacer intuitivas alguna de aquellas ideas que constituyen los grados inferiores de la objetivación de la voluntad, a saber: la gravedad, la cohesión, la solidez, la fuerza, esas cualidades generales de la piedra, esas primeras, más sencillas y tenues manifestaciones visibles de la voluntad, bajo continuo de la naturaleza, y junto a ellas la luz, que en muchas partes es lo contrario de aquéllas. Aun en estos bajos grados de la objetividad de la voluntad ya vemos desdoblarse su esencia, pues propiamente la lucha entre la gravedad y la solidez es el único asunto estético de la arquitectura como arte bello; su misión es hacer patente esa lucha de múltiples maneras. Este asunto lo resuelve dando cauce a dichas fuerzas para que hallen su satisfacción por el camino más corto y conteniéndolas por medio de rodeos, alargando así su lucha y haciendo visible de múltiples maneras a su impulso inagotable. Abandonada a su propia tendencia, toda la masa del edificio no representaría más que un mero amontonamiento, ligada tan fijamente como le fuera posible a la superficie de la Tierra, a la cual la gravedad, que es como aquí aparece la voluntad, la sujeta incesantemente, mientras que resiste por la solidez, que es también objetivación de la voluntad. Pero precisamente la inmediata satisfacción de esta tendencia es lo que la arquitectura impide, permitiéndole sólo una satisfacción mediata por medio de rodeos. Así, el entablamento sólo puede apoyarse en tierra por medio de columnas. La bóveda también tiene que ser sostenida y sólo por medio de los pilares puede satisfacer su impulso de gravedad, etc., pero precisamente por estos rodeos obligados, por estos obstáculos, se despliegan de la manera más clara y variada las fuerzas ocultas en la materia bruta de la piedra; y los fines estéticos de la arquitectura no pueden ir más lejos. Por eso la belleza de un edificio estriba en la visible adecuación de sus partes, no en los fines exteriores de la voluntad del hombre (a este respecto la obra pertenecería a la arquitectura utilitaria), sino directamente en la estabilidad del conjunto, con la cual la posición, el tamaño y la forma de las partes deben guardar una relación tan precisa que si una parte faltase el edificio se desplomaría. Pues sólo cuando cada parte soporta lo que es capaz de soportar y cada sostén está donde debe estar, se desarrolla aquel juego, aquella lucha entre la solidez y la gravedad que constituye la vida de la piedra, la manifestación de su voluntad, y da expresión visible a estos grados inferiores de la objetividad de la voluntad. Asimismo, la configuración de cada una de las partes debe estar determinada por su fin y por sus relaciones con el todo, no por el capricho. La columna es la forma más sencilla del sostén y está determinada por el fin que realiza; la columna torcida carece de gusto, el pilar cuadrangular es, de hecho, menos simple, pero algunas veces más fácil de hacer que la columna redonda. Igualmente el friso, el entablamento, los arcos, la cúpula, están condicionados por su inmediata función y se explican por sí mismos. La ornamentación de los capiteles, etc., pertenece a la escultura, no a la arquitectura, la cual los permite como adornos suplementarios, cuando no los proscribe.

 

Las obras de la arquitectura presentan al mismo tiempo una especial relación con la luz; adquieren doble belleza a la plena luz del sol, con el cielo azul como fondo, y ofrecen también otro aspecto completamente distinto a la luz de la luna. De aquí que al construir una obra de arte arquitectónica deba hacerse especial aprecio de los efectos de luz y del carácter del cielo bajo el cual se ha de construir. Y esto tiene su principal razón en que una clara y viva luz es lo que pueda dar adecuada visibilidad a cada una de las partes y sus relaciones; pero, además, sostengo la opinión de que aquella arquitectura está destinada a expresar, junto a la solidez y la gravedad, la esencia de la luz, completamente contraria a éstas. En efecto, como la luz está contenida y reflejada por las impenetrables masas variamente configuradas, desarrolla su naturaleza y sus cualidades de la manera más pura y distinta con gran placer del espectador, puesto que la luz es la más regocijante de las cosas, como la condición y el correlato objetivo del más perfecto conocimiento intuitivo.

 

Como las ideas que la arquitectura expresa de un modo intuitivo son los más bajos grados de la objetivación de la voluntad, y, por consiguiente, el valor objetivo de lo que la arquitectura nos revela es relativamente escaso, el goce estético que experimentamos al contemplar un bello edificio, favorablemente iluminado,  no consiste tanto en la concepción de la idea como en el correlato subjetivo de la misma comprendido en esta concepción, es decir, consiste preferentemente en que en dicha contemplación el espectador se siente emancipado del conocimiento individual que sirve a la voluntad y está regido por el principio de razón y elevado a puro y libre sujeto del conocer; es decir, el estado contemplativo puro, libre de todos los sufrimientos de la voluntad y de la individualidad. En este sentido, lo opuesto a la arquitectura es el drama, que ocupa el otro extremo en la serie de las bellas artes y que nos da a conocer las ideas más significativas, predominando, por consiguiente, en el placer estético que despierta, el lado objetivo.