Artaud, el enemigo de la sociedad

21.10.2016 21:44

ARTAUD, EL ENEMIGO DE LA SOCIEDAD

El autor del teatro de la crueldad (A.N.I.)

 

            La obra de Ataúd es inclasificable. No existen pautas para definirla. Sus textos ocupan el lugar de la literatura; simplemente la desplazan. La notable influencia que la obra de Ataúd tiene sobre una parte importante del espíritu  contemporáneo, ¿a qué se debe? Es una obra extraordinariamente compleja, que desarrolla una multiplicidad de sentidos, y a pesar de ello, de una notable unidad, aunque haya quienes la consideran resultado de un pensamiento paranoico; éstos son, sin duda, aquellos que dentro del término paranoico engloban cualquier pensamiento libre. La obra de Ataúd, por encima de toda otra apreciación, debe considerarse inspiradora de una nueva conciencia de la rebelión, afirmada en los valores más hondos del hombre, en oposición a una sociedad que ejerce sobre determinados seres se debe a que constituye la más potente y luminosa forma de disconformismo que haya dado palabra.

 

            Por su carácter singular, la obra de Artaud desafía a toda crítica. Mucho se ha escrito sobre ella. Desde los testimonios de quienes lo conocieron, hasta los ensayos y estudios en distintos niveles y con diversas perspectivas. Pareciera que la obra de Artaud se resiste a ser tratada como objeto de estudio, se niega a ser examinada como forma. Lo prueban los últimos ensayos de conocidos estudiosos de la literatura. La breve nota de Maurice Blanchot (ensayista generalmente agudo) sobre Artaud, es su obra “Le Livre à venir”, resulta desleída sin significación. Los dos ensayos de Jacques Derrida incluidos en su libro “L’écriture et la différence”, 1 revelan (sin dejar de reconocer sus análisis objetivo se ve arrastrado a la construcción de un penoso laberinto lingüístico en el que se pierde todo el contacto con la obra de Artaud. El modo de “envoltura del sector de la nueva crítica, en lugar de abrir el acceso a la obra, lo cierra. Los intentos de una indagación formalista del tipo del análisis estructural, no conducen, en este caso, más que a la pulverización del texto y termina por no entregarnos nada.

 

            La escritura de Artaud produce la sensación de una inmovilidad que borbotea, agitada por poderosas presiones internas. Para seguir las sinuosidades de ese pensamiento en ebullición, no queda más recurso que identificarse al máximo con él, y acompañarlo hasta en sus contradicciones. Estas contradicciones se convierten, como veremos, en la señal de un pensamiento vivo que no puede medirse con los patrones de lógica formal. Más que el frío desmenuzamiento de un texto, con pretensiones de interpretación, la función de la critica debe consistir en una guía de ruta, que señale la conformación y accidentes de la obra, en una especie de visión panorámica que respete su integridad, acompañe al texto e ilumine, si cabe, sus lugares recónditos, pero excluyendo toda maniobra que resulte agresiva para él. Sobre esta base están preparadas las reflexiones que seguirán.

 

            Es imposible hacer una análisis con criterio pretendidamente objetivo de la obra de Artaud, ni tener una idea alejándose para tomar una perspectiva de ella. Nada se ve alejándose, pero en cambio si nos acercamos lo suficiente, de pronto nos sentimos sumergidos, como envueltos en ese piélago ondulante de palabras agitadas por estremecimientos semánticos. Sólo penetrando en esa atmósfera de total exageración puede alcanzarse el pensamiento de Artaud. No hay duda de que hay que realizar una indagación de esta clase hay que tener conciencia de las dificultades y de los riesgos de extravío. Pero si emprendemos la tarea es probable que de pronto nos sintamos cercanos al foco donde anidan los problemas esenciales del hombre, allí donde se asienta la fuente más pura del Ser; y como gratificación final quizás estemos en condiciones de penetrar en nosotros mismos y descubrirnos. Nada puede pasarse por alto en Artaud porque en lo que dice todo adquiere un sentido nuevo, y cada cosa, cada signo, aún el más insignificante, se torna inexplicablemente revelador.

 

            No hay más medio para utilizar, pues, que la inmersión en el texto, despojados de preconceptos, de normas, de modelos , y antes que nada, despojados del perjuicio de la literatura. Penetrar en una obra tan poco asequible, nos significa lanzarnos en lo oscuro sin otra guía que el mismo Artaud, pues, como él dice: “Lo que yo hago es huir de lo claro para aclarar  lo oscuro”. Podría hablarse paradójicamente en Artaud de una claridad de lo oscuro. Un texto suyo es como una luz móvil que ilumina y recorre lo abisal. Nos encontramos, entonces, frente a un nuevo tipo de escritura en la cual se vuelca la totalidad de la experiencia vital más honda, con prescindencia de estructuras formales previas, o de una honda, con intención estética de cualquier tipo. No se aspira en ella a ningún ideal de belleza o perfección.  Ya no es mas literatura. Lo que quiere decir que antes no se hayan realizado intentos parecidos de liberación del lenguaje. Los encontramos en Rimbaud, en Lautréamont y en algunos autores de este siglo, aunque en todos ellos nunca deja de estar  presente la intención literaria.

 

            Artaud supera las nociones que tenemos del escritor o del poeta. Tampoco es filosófico o místico, aunque sus relaciones con este último sean las más estrechas. Sus textos constituyen una retahíla de vivencias, puestas tan al desnudo como jamás imaginó escritor alguno. Rehuyendo cualquier tipo de ficción, cualquier vestidura literaria, despojadas al máximo, son vivencias recogidas en lo más profundo del ser.. allí donde nacen la religión, la filosofía, la poesía, pero respetando su primordial cualidad volcánica, con su incandescencia  originaria, para configurar una lava hirviente de palabras que pretenden calcinar un mundo en descomposición, este mundo es el que vivimos.

 

            La de Artaud es la trascripción sin ejemplo de una experiencia de vida total. Su obra escrita es una exploración descarnada de la condición humana, especialmente en sus niveles más ocultos, mostrándonos su absoluta precariedad: el desamparo, el despojamiento, la invalidez, la parálisis que fija al ser en un punto siempre detrás de sí mismo, y lo detiene en la zona de soberana impotencia. Esta es la situación de referencia a la condición de un hombre que simplemente pretende vivir con autenticidad. Artaud mismo nos ofrece la imagen de fuerzas extremas en tensión: siendo el máximo desposeído es aquel a quien  sólo conforma la posesión de lo inalcanzable. Increíble tortura de lo inalcanzable: es suplicio de Sísifo y el de Tántalo combinados.

 

            Todo su saber, Artaud lo extrae de sí mediante el recurso de colocar a su ser en estado de paroxismo, para rescatarlo del vacío al que conduce la razón en su inútil juego de alcanzar la verdad, y que maniobra sagazmente para encontrar los caminos tortuosos que la desvían de ella. También para la razón, la verdad resulta inalcanzable. Y aquí es bien para la razón, la verdad resulta de los múltiples diatribas de Artaud contra la razón. En “La  anarquía social del arte” dice: “no es espiritual nada que pueda ser alcanzado por la razón o la inteligencia.” Una obra tan difícil ha dado para que se la enfoque desde los puntos más dispares.

 

            Al sacudir de modo violento el conformismo y las normas de vida aceptadas, al proponer casi una ideología de la trasgresión, resulta lógico que la mayoría la rechace totalmente. Entre aquellos que le manifiestan cierta estima hay quienes la consideran simplemente como documento de un caso patológico en un curioso sujeto dotado de cierto talento, o como la aventura literaria de un extravagante desafortunado. Pero sus mayores enemigos suelen estar entre quienes parecen aceptarla sin reparos. El mito de Artaud ha invadido el sórdido reducto de los snobs, que ven en su rebelión condimentada de locura, un producto no sólo inofensivo para el “establishment”, sino de gran valor ornamental por su singularidad. Es víctima  también, por otro lado, de la adoración estúpida de algunos fanáticos que buscan héroes compensatorios de su inferioridad, seducidos por su carácter de poeta maldito, por su holocausto personal, y recogiendo el aspecto exterior o anecdótico de su vida y de su obra. Llega hoy hasta convertirse en bandera de la crápula intelectual, y aquí reside el mayor peligro de confusión, por lo que la tarea de quienes respetan a Artaud es arrebatarlo de las manos de los crapulosos..

 

            Pero el suyo no deja de ser el destino de todo aquel que ha logrado despertar un eco nuevo en el espíritu de los hombres, de modo que hay que resignarse a esperar todas las deformaciones posibles, y el aprovechamiento de su pensamiento por falsificadores del más variado género.